domingo, 23 de enero de 2011

21 de enero de 2011

El control estricto de armas no funciona


por Jeffrey Miron

Jeffrey A. Miron es director de estudios de pregrado de la Universidad de Harvard y es un Académico Titular del Cato Institute. Su blog es http://jeffreymiron.blogspot.com/.

Como era de esperarse, la atrocidad cometida hace dos semanas por Jared Loughner en Tucson, Arizona, ha generado llamados para que se adopten nuevas leyes de control de armas en EE.UU. Algunos piden prohibir los cartuchos con capacidad extendida de municiones que le permitieron a Loughner disparar 30 veces su Glock semi-automática sin necesidad de recargar. Otros desean una mejora en las revisiones de antecedentes para evitar que individuos mentalmente inestables compren armas.

Pero, ¿prevendrían estas u otras leyes incidentes como el de Arizona? Probablemente no. Y estas leyes, junto con los controles de armas existentes, no sólo perjudican a los propietarios de armas responsables sino que incluso podrían aumentar la violencia.

Las leyes de control de armas pueden clasificarse en dos categorías. En EE.UU., muchas de ellas son moderadas: permiten la posesión legal de armas para la gran mayoría de personas en casi todos los casos, mientras que imponen costos moderados sobre los dueños legítimos de armas. Ejemplos de esto incluyen las revisiones de antecedentes penales, los períodos de espera para comprar un arma, la edad mínima para comprarla, entre otras regulaciones.

Sin embargo, es poco probable que este tipo de leyes desalienten a alguien como Loughner, quien parece haber contemplado y planeado su ataque durante mucho tiempo. La razón es simple: estas leyes son fáciles de burlar.

Pensemos, por ejemplo, en una prohibición sobre los cartuchos con capacidad extendida de municiones. Si estos no hubiesen estado disponibles, Loughner todavía habría podido llevar a cabo su ataque con un cartucho con capacidad para diez municiones y hubiese apuntado con más cuidado sabiendo que tenía menos balas. Loughner hubiese podido traer varias armas, permitiéndole continuar disparando sin interrupción. Loughner podría haber comprado cartuchos con capacidad extendida que se vendían antes de que la prohibición entrara en efecto (especialmente porque la posibilidad de una prohibición estimula las ventas antes de que esta se implemente). O podría haber comprado un arma en el mercado negro, tal vez colocando simplemente un anuncio en los clasificados.

Dificultades similares minan la efectividad del uso de la revisión de antecedentes tendiente a evitar que las personas mentalmente inestables compren armas. EE.UU. ya tiene este sistema, pero no habría evitado que Loughner comprara un arma, ya que este solo aplica cuando un tribunal ha declarado a una persona mentalmente incapacitada, lo cual no había sucedido en el caso de Loughner.

Incluso una definición más amplia de una persona mentalmente incapacitada probablemente no desalentaría a alguien que tiene la determinación de infligir violencia. No importa qué tan amplia sea la definición, esta medida no hace nada por eliminar las múltiples opciones mediante las cuales cualquiera con suficiente dinero puede comprar un arma y balas.

Controles de armas como los que se proponen podrían, en algunos casos, evitar incidentes terribles como el de Tucson o al menos reducir el daño inflingido, pero muy probablemente esto sucedería en raras ocasiones. Evitar pocos incidentes como estos es definitivamente mucho mejor que no evitar ninguno, por lo que estos controles tendrían sentido si no tuvieran efectos negativos. Pero los controles de armas, incluso aquellos moderados, tienen consecuencias negativas.

Como mínimo, estas leyes imponen costos sobre las personas que poseen y usan armas sin causar daño a otros, ya sea para cazar, coleccionar, practicar tiro, auto-defensa o simplemente para la tranquilidad mental. La molestia impuesta por las prohibiciones sobre los cartuchos con capacidad extendida o por los periodos de espera para comprar un arma podría parecer algo trivial comparado con las muertes y heridos que ocurren cuando alguien como Loughner se sale de control. Y si el único aspecto negativo de estos controles fuese solamente estas molestias, la sociedad podría, razonablemente, aceptar esos costos, asumiendo que dichos controles impedirían algunos actos de violencia.

Pero los controles moderados no siempre lo siguen siendo; a menudo evolucionan hasta convertirse en límites estrictos sobre la posesión de armas, casi llegando a constituir una prohibición. Y esto no es solo especulación; hace un siglo gran parte de los países tenían pocos controles de armas, pero hoy muchos han casi prohibido la posesión por parte de los ciudadanos. Algunos de estos países (Reino Unido y Japón) tienen bajos niveles de violencia que podrían justificar los controles estrictos, sin embargo, otros experimentan violencia sustancial o extrema (Brasil y México).

En términos generales, las comparaciones entre estados y países —así como también las investigaciones de ciencias sociales— no brindan un respaldo consistente a la aseveración de que los controles de armas reducen la violencia. Además. los controles estrictos y la prohibición no eliminan las armas más de lo que la prohibición de drogas ha detenido su tráfico y consumo. La prohibición podría disuadir a algunos potenciales poseedores de armas, pero sobre todo serían aquellos que poseerían y usarían armas de manera responsable.

El eslogan clásico —cuando se proscriben las armas, solamente los proscritos tendrán armas— no es solamente un juego de palabras; es una observación fundamental acerca del error de la prohibición. Tal enfoque significa que los malos están bien armados mientras que los ciudadanos respetuosos de la ley no lo están.

Incluso si los controles estrictos o la prohibición hubiesen evitado que Loughner obtuviera un arma, él todavía hubiese podido llevar a cabo un ataque violento. El atentado de Timothy McVeigh en 1995 en Oklahoma City, donde fueron asesinadas 168 personas, ilustra perfectamente que un lunático con determinación tiene múltiples maneras de causar daño.

Además de ser ineficaz, la prohibición podría incluso aumentar la violencia al crear un mercado negro de armas más grande. Si las leyes de armas siguen el camino de las leyes contra las drogas, podemos esperar más violencia bajo la prohibición de armas que en una sociedad con controles limitados, o libre de ellos.

La triste realidad es que cada sociedad tiene unas cuantas personas cuya inestabilidad mental causa graves daños a otros. Esto es trágico, pero no justifica intentos ineficaces y posiblemente contra-producentes para prevenir tales perjuicios.

Este artículo fue publicado originalmente en Bloomberg News (EE.UU.) el 13 de enero de 2011.

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