HUGO J.FARÍA. ¡ BRAVO BENEDICTO ¡

Hugo J. Faría // ¡Bravo Benedicto!


La acumulación de riqueza contiene la promesa de mejoría del bienestar de otros
La Iglesia Católica tradicionalmente ha mostrado una inmensa preocupación por las personas más pobres de la sociedad mundial. Varios pasajes bíblicos crean la obligación de luchar contra la pobreza.


Uno de los más contundentes está en Mateo 25 en donde la salvación de las personas depende en buena medida de si se realizaron o no los esfuerzos necesarios para ayudar a mitigar las necesidades de los pobres en materia de sed, hambre y vestimenta, entre otras. Una expresión de esta preocupación por la pobreza la encontramos en la labor abnegada y de inmenso sacrificio que efectúan las Misioneras de la Caridad, orden fundada por la Madre Teresa de Calcuta, quienes se dedican a socorrer a los más pobres de los pobres.


La visión tradicional para superar el problema de la pobreza ha insistido fundamentalmente en la redistribución de la riqueza, representada en actos de generosidad por parte de las personas más pudientes para desprenderse de parte de su riqueza a favor de los más pobres. Esta visión es congruente con el denominado modelo económico de crecimiento de Malthus el cual explica el estancamiento a bajos niveles, o en el mejor de los casos de exiguo crecimiento, del ingreso por habitante mundial que prevaleció hasta los albores de la Revolución Industrial.


En este entorno de estancamiento crónico la acumulación de riqueza de uno en buena medida era a expensas de la riqueza de otro. Con la Revolución Industrial se acentúa el fenómeno donde la acumulación de riqueza va acompañada con la creación de nueva riqueza. En este contexto la acumulación de riqueza contiene la promesa de mejoría del bienestar de otros.


Un ejemplo claro de ello lo vemos en las economías ricas que compran en forma masiva los productos de los países pobres contribuyendo a la mejoría del bienestar de los ciudadanos pobres. Es más, si los países inicialmente pobres perseveran en propiciar políticas e instituciones que promuevan altos niveles de libertad económica, culminarían a la vuelta de unos 30 o 40 años con un ingreso por habitante que rivalizaría con el de los más ricos.


Este es el caso de Hong Kong y Singapur con un ingreso por habitante que equivale a más del 90% del ingreso por habitante americano y está ocurriendo actualmente en China, Estonia y Chile quienes de mantener sus tasas de crecimiento en 25 o menos años alcanzarían al "Imperio". Con esta introducción, cito textualmente al Papa Benedicto XVI en la homilía del primero de enero de 2009 con motivo de la Jornada Mundial de la Paz. "Aunque se haya subrayado oportunamente que el aumento de la renta per cápita no puede ser el fin absoluto de la acción político-económica, no se ha de olvidar, sin embargo, que ésta representa un instrumento importante para alcanzar el objetivo de la lucha contra el hambre y la pobreza absoluta.


Desde este punto de vista, no hay que hacerse ilusiones pensando que una política de pura redistribución de la riqueza existente resuelva el problema de manera definitiva. En efecto, el valor de la riqueza en una economía moderna depende de manera determinante de la capacidad de crear rédito presente y futuro. Por eso, la creación de valor resulta un vínculo ineludible, que se debe tener en cuenta si se quiere luchar de modo eficaz y duradero contra la pobreza material".


Claramente en estas palabras hay un llamado a crecer económicamente para poder abatir la pobreza absoluta, y disminuir el énfasis en la redistribución como mecanismo de lucha contra la pobreza. Sugiero que se debe también hacer mucho hincapié en la virtud del desprendimiento. Ciertamente desde el antiguo Israel se han librado gigantescas batallas para combatir la idolatría y esta lucha continúa porque el hacer de la riqueza el centro de la vida es otra forma de idolatría. Es más, la idolatría a la riqueza dificulta cambios de estructuras económicas no consistentes con el objeti- vo de abatir la pobreza absoluta.


Concretamente, las prácticas mercantilistas de barreras al comercio internacional no pueden considerarse cristianas pues les encarecen la vida al prójimo disminuyendo su bienestar. Pienso que el magisterio eclesial debe crear conciencia sobre la necesidad de acumular riqueza basada en generación de bienestar que emana de producir los bienes más baratos ajusta-dos por calidad. Esta arista del magisterio es parte importante del tema vinculado al cómo se acumula la riqueza y su desprendimiento.


Finalmente, aunque el crecimiento económico alto y sostenido es el mejor antídoto contra la pobreza absoluta involuntaria, reconozco que el crecimiento no es una panacea para todos los pobres. Hay patologías sociales asociadas a formas de pobreza, al menos relativa, inmunes al crecimiento. Así, en Estados Unidos existe evidencia sugerente de que los hijos nacidos fuera del matrimonio tienen una probabilidad significativamente más alta a la pobreza y criminalidad que aquellos nacidos en familias estables bien constituidas. hjf1750@gmail.com hugo.faria@libertadyprosperidad.org