martes, 21 de septiembre de 2010

Éxitos en la dirección equivocada.

Éxitos en la dirección equivocada. Marisol García Delgado
Nadie sabe con certeza cuál acción está permitida o prohibida, ni por cuánto tiempo lo será.


Éxitos en la dirección equivocada

MARISOL GARCÍA DELGADO | EL UNIVERSAL
lunes 20 de septiembre de 2010 12:00 AM
A la actual Asamblea Nacional es justo reconocerle que tuvo un rotundo éxito en producir normas jurídicas y muchísimas leyes, más que en toda la historia republicana. Esto no es un hito despreciable, salvo por el hecho de que el principio jurídico según el cual la ignorancia de la ley no excusa de su cumplimiento, quedó hueco y sin sentido, para favorecer no solo toda clase de transgresiones y violaciones de la ley por parte de los ciudadanos y las autoridades, sino también para alentar la arbitrariedad en el proceder de estas últimas, lo cual explica perfectamente que la misma salsa no sea buena tanto para el pavo como para la pava, y que, igualmente, resulte inútil exigirlo.

La seguridad jurídica también fue triunfalmente erradicada. Nadie en este país sabe con certeza cuál acción está permitida o prohibida, ni por cuánto tiempo lo será. Tampoco sabe si es o no propietario de lo que posee, pues la prueba de la titularidad se retrotrae, según convenga, a épocas donde es imposible rastrear el documento.

Cuanto menos se conoce la exacta medida de la acción u omisión que es posible desarrollar, ni la eventual sanción a la que personas o empresas serán sometidas, bien puede ser prisión perpetua, sin sentencia judicial, claro está; la expropiación por demasiada extensión o insuficiente producción, por especulación o acaparamiento, sin que medie procedimiento alguno; o la multa, el cierre temporal y hasta la intervención por situaciones de índole laboral, que ni se tramitan ni resuelven en las instancias pertinentes, o por las denominadas infracciones formales a las normas tributarias, tan enrevesadas ellas que es preferible sustituir la comprensión por la resignación.

Poco importa, entonces, lo que el ciudadano haga o deje de hacer. Lo que ahora es legal puede no serlo en el instante siguiente, basta que el azar o la fatalidad de la caprichosa interpretación jurídica lo alcance y, cuando ello sucede, no vale siquiera la cierta o falsa vestimenta roja rojita.

Como consecuencia de esa desconstrucción jurídica nadie planifica, ni tiene una perspectiva más allá del horizonte inmediato. El ciudadano está cada vez más sometido a los dictados de la autoridad, cualquiera que sea, y ese es un éxito indiscutible para un gobierno que busca y gusta demostrarse fuerte e implacable en sus ejecutorias. Así, así, así es como se gobierna.

Ahora, en tiempos de renovación de legisladores, parece oportuno recordar que la primera y fundamental justificación de la autoridad pública, lo que origina su existencia y ascendencia sobre sus conciudadanos -o camaradas- y el privilegio de poseer el denominado monopolio de la fuerza, se basa en la necesidad, comúnmente reconocida y consentida, de la defensa contra el enemigo interno, la delincuencia, y contra el enemigo externo, el imperio, ambos más viejos que el aire, aunque según la época y la ineficiencia gubernamental soplen con diferente intensidad.

Sin embargo, la autoridad, esa misma de carne y hueso que cobra 15 y último -porque el Estado no es más que la cómoda ficción donde se escuda- está abnegadamente dedicada a proveer de alimentos a toda una población, incluso con prácticas tan absurdas como la competencia desleal, el ejercicio de la posición de dominio y hasta el franco y directo aniquilamiento de la producción agrícola, pecuaria, industrial y comercial criolla, hoy constituida en verdadera amenaza para la estabilidad, no sólo del Gobierno sino de la construcción de una nueva sociedad, y del denominado hombre nuevo. ¡Y lo ha logrado!

Que en el país haya decaído sensiblemente la cosecha de rubros agrícolas esenciales, que haya menos actividad fabril o que la explotación comercial sea cada vez más difícil, no le resta el populoso fulgor que adquieren esas plazas públicas periódicamente invadidas por gandolas repletas de alimentos -¡a quién le importa la procedencia!- a pleno sol y a bajo precio.

Alimentos baratos pero de alto costo (movilización, burocracia e impuestos dejados de percibir) comprados a empresas capitalistas del extranjero y con recursos públicos que bien pudieran orientarse a la construcción de nuevas vías, hospitales, escuelas y centrales eléctricas, o al mantenimiento de las existentes, no disminuye el transitorio y siempre renovado éxito de la barriga llena y el corazón contento.

La verdad sea dicha, no hemos sido capaces de explicar ni de demostrar que los indiscutibles éxitos del Gobierno, se fundan en nuestro fracaso como sociedad.

cedice@cedice.org@cedice

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