lunes, 28 de febrero de 2011

18/2/2011

El espejismo egipcio

Por Aníbal Romero


La tecnología de la información instantánea es un arma de doble filo: nos muestra imágenes de los eventos cuando ocurren pero no logra adivinar su significado. En el caso de Egipto los medios de comunicación occidentales, dominados por la “corrección política”, han articulado una narrativa romántica de la sublevación contra Mubarak, narrativa que tiene la virtud de reconfortar, pero la limitación de ignorar la evidencia.

Los resultados de encuestas realizadas en Egipto en tiempos recientes indican que las mayorías populares se inclinan hacia versiones radicales del islamismo. 85 por ciento considera que la influencia del Islam en política es positiva y dos tercios piensan que la vida mejorará si los clérigos juegan un papel central. La agenda que respaldan es extrema: 70 por ciento favorece que Irán adquiera armas nucleares y 80 por ciento que se descarten los acuerdos de paz con Israel.

Los egipcios quieren aplicar la ley islámica: 84 por ciento apoya la pena de muerte para los apóstatas, es decir, los que abandonan la religión islámica; 77 por ciento considera que a los ladrones hay que cortarles las manos y 54 por ciento solicita que hombres y mujeres sean segregados en el trabajo. 45 por ciento de las mujeres no saben leer.

La Hermandad Musulmana es el movimiento político-religioso mejor organizado del país y supera con creces a los partidos de corte secular. 64 por ciento ve de manera positiva a la Hermandad contra 16 por ciento con opiniones negativas. Las perspectivas sobre Estados Unidos son claramente desfavorables: 82 por ciento rechaza las políticas de Washington y 17 por ciento las respalda.

¿Ha cambiado esto durante las pasadas semanas? No lo creo. Las masas empobrecidas de Egipto quizás se han radicalizado aún más. Lo único claro es que los mismos que ayer crucificaron a Bush por deponer a un asesino en masa como Saddam Hussein, proponer la democratización del mundo árabe e instar a Mubarak a hacer una apertura política, que no llevó a cabo, ahora multiplican sin recato las quimeras acerca de la libertad en la región. Mubarak era un dictador, pero jamás alcanzó a Saddam en horror.

En Irak Bush puso en juego principios y soldados. Washington pretende ahora hacer lo mismo en todo el mundo árabe tan sólo con discursos, pues Estados Unidos perdió el ímpetu para las grandes empresas. Bamboleante e indeciso, en medio de notable incoherencia, Obama se enreda en una región que es un campo minado y donde los espejismos son trampas.

El desafío de la libertad en la civilización islámica exige un profundo cambio cultural. Sin separación entre lo religioso y lo secular la libertad es imposible, y un proceso semejante sólo puede provenir de un agudo desafío externo o una revolución interna.

Por un tiempo, pensé que Estados Unidos había dado inicio a esa transformación de fondo en Irak, al modo de Japón y Alemania después 1945. Pero el casi patológico odio hacia Bush y la llegada al poder de su confuso sucesor cancelaron el proyecto. Hoy, el cambio sólo puede surgir desde dentro.

Con las tendencias de opinión existentes, ¿es razonable pronosticar que la revolución egipcia inicia un camino democrático, o se trata más bien del primer paso hacia un régimen fundamentalista, adversario de Occidente y comprometido como el iraní a la liquidación de Israel? ¿Habrá salido un Faraón para que entre otro? ¿Qué es peor, un militar conservador como Mubarak o un nuevo Nasser?

La respuesta es incierta pues el interludio militar posterga enigmas. No es censurable soñar, pero los despertares abruptos dañan la salud.

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