domingo, 13 de febrero de 2011

Domingo Alberto Rangel


HACIA UN plan serio de desarrollo agrícola

Los récords de importación en el campo por desgracia, no parecen ser accidentales ni fortuitos. El país no dependerá por uno o varios años de las importaciones para satisfacer su demanda de alimentos y materias primas agrícolas. No estamos frente a un colapso repentino y fugaz de la producción agropecuaria que pasados dos o tres años, al tornar las cosas sobre su sendero regular, restablecerá una producción suficiente para atender el mercado interno.

La desaparición de la agricultura y de la ganadería es la culminación desgraciada de un proceso iniciado por los menos diez años atrás. Para 1998, cuando la banda presidencial pasó del doctor Caldera al comandante Chávez, las importaciones eran minoritarias todavía en la jerarquía abastecedora. Los diez años del régimen militar que se extienden de 1999 a 2009, testimonian una caída paulatina de la producción interna que pone las importaciones en más del 90%.


Los episodios pertinaces que van sucediéndose año tras año, evidencian siempre una tendencia de fondo hacia la quiebra si son negativos o hacia el auto-abastecimiento si son positivos. La caída gradual persistente de la producción agrícola y el auge de las importaciones en la década más reciente, nos sugiere una bancarrota ya definitiva de la agricultura.

Otros signos concurren a certificar la desaparición de la agricultura y de la ganadería en la faz del país. Las fincas expropiadas, más de dos mil según fuentes periodísticas, han pasado a esa reserva de terrenos donde ya no se siembra nada y entonces sólo son utilizadas para la parranda semanal de la burocracia de cada Estado. El jefe de la Guarnición Militar, el jefe del comando de la Guarida Nacional, los jefes de los partidos oficialistas se reúnen los sábados en los latifundios expropiados a jugar bolas criollas, a paladear el líquido que elaboran los obreros de Lorenzo Mendoza y a beber scotch de 18 años.


Las expropiaciones decretadas por el Gobierno tienen todas las características que distinguen a estos actos en los regímenes fascistas. Hay una diferencia tajante, neta y abrupta que diferencia las expropiaciones acordadas por un régimen socialista y aquellas que decreta un régimen fascista. Las que decreta un régimen socialista se acuerdan como culminación de un proceso de masas en que los trabajadores, enfrentados a los dueños de la tierra, reclaman, hacen inevitable o plantean la expropiación de predio.

Si el conflicto no se plantea con los trabajadores a propósito de una discusión del contrato de trabajo, deriva entonces a un diferendo sobre el uso más racional de la tierra, siempre media un conflicto colectivo el cual, como el rey romano que cortó el nudo gordiano, la potencia del Estado corta de un tajo el nudo que paraliza al fundo. Los regímenes fascistas por el contrario, toman y expropian tierras de vocación agrícola sin que haya un conflicto planteado. Y una vez expropiado un predio lo asignan a productores organizados lo cual sólo provoca una especie de rotación entre entes privados de la propiedad de la tierra. No hay progreso social alguno.


Tal vez estemos soñando. Aquí nadie tiene interés en las tierras para ponerlas a producir. Las fincas interesan en la Venezuela de hoy para fines de veraneo o de parranda, para centros vacacionales o para clubs campestres, las tierras agrícolas del país están ahora un poco al Occidente de los campesinos de Colombia que siembran las cosechas que luego venderán en nuestro país. Es rarísima una adquisición de tierras para sembrar o producir, diciéndolo en lenguaje más lato.


Tenemos que pensar con seriedad cual es la agricultura compatible con el tipo de sociedad que tenemos. Situarnos sobre la realidad estricta y precia. No deberíamos seguir despilfarrando capitales en préstamos destinados a unos señores o a unas empresas cooperativas o empresas mixtas que reciben una cantidad de dinero, siembran unas hectáreas para impresionar y abandonan luego la finca, devolviendo al Estado las tierras y llevándose en las uñas unos cuantos millones de bolívares.


Aquí se saben ya las tres preguntas clásicas sobre los sistemas de producción. ¿Qué producir, cómo producir y cuando producir. Aquí habría que producir en el campo sólo productos de huerta en principio. Las hortalizas y legumbres que requieran las ciudades producirlas en lo posible en la periferia de las mismas urbes. Y algunas cosechas de cereales como maíz y arroz, producirlas en los centros ya probados tales como Calabozo, Acarigua, Guanare, Valle de la Pascua y Altagracia de Orituco. La ganadería reservarla al sur del Lago de Maracaibo y algunas zonas de los Llanos Orientales. Sería a grosso modo la distribución, en principio, de las zonas agrícolas.

Y decretar, fuera de los artículos protegidos la más amplia libertad de importación. Las cuotas, las contingencias, etc., sólo han servido para enriquecer moscas de aprovechadores. Lo peor con esas roscas es que no aprovechan siquiera a la acumulación del capital nacional porque los aprovechadores, según se presume, cambian sus ganancias en moneda por dólares de los Estados Unidos y consignan sus haberes en los bancos del Caribe o de Suiza donde las cuentas numeradas son una garantía inexpugnable.

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