domingo, 17 de julio de 2011

13 de julio de 2011

Ecuador: ¿Quiénes llegan al poder?

por Gabriela Calderón de Burgos


Gabriela Calderón es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).


Guayaquil, Ecuador— Muchas personas que creyeron en “la refundación de la patria” consideran que ha sido un “mero accidente” que el proyecto haya derivado en abusos de poder. Muchos creen que el problema no es la Constitución de Montecristi o el proyecto de planificar detalladamente la vida de los ecuatorianos, sino la calidad moral de las personas a la cabeza. Pero puede que no sea un accidente que personas de dudosa calidad moral hayan llegado al poder, sino una consecuencia inevitable de los sistemas que concentran el poder en el Estado.

El Premio Nobel F. A. Hayek argumenta esto en un capítulo de su libro Camino de Servidumbre (1944) titulado “Por qué los peores llegan a la cabeza”. Hayek escribió este libro cuando las ideas colectivistas (nacionalismo, socialismo, comunismo, fascismo) sostenían una influencia mucho más importante alrededor del mundo.

Hayek explicaba que un líder que pretende establecer un sistema colectivista no lo puede hacer sin un grupo de personas que, eventualmente, lleguen a someterse a una disciplina totalitaria y estén dispuestos a imponerle esta a los demás mediante la fuerza. El factor que agrupa no solo a los colaboradores del líder sino a la masa que lo sigue suele ser un objetivo negativo como el odio a un grupo de personas. El deseo del individuo de pertenecer a un grupo “muchas veces es el resultado de un sentimiento de inferioridad” y “por eso su deseo solo será satisfecho si la membrecía del grupo le confiere algún grado de superioridad frente a las personas que no pertenecen al grupo”. Nosotros, “los de corazones ardientes y manos limpias” versus “los pelucones”, “la prensa corrupta”, etc.

Esto tiene que ver con la diferencia entre amar o temerle al poder. Los liberales tradicionalmente le han temido al “poder sobre los hombres ejercido por otros hombres” mientras que los colectivistas buscan obtener y crear ese poder. Los liberales consideran que robar, torturar o traicionar está mal sin importar la finalidad —loable o desagradable— mientras los colectivistas pueden considerar que hacerlo está bien si contribuye al “bien común”. “El principio de que el fin justifica los medios en la ética individual es considerado como la negación de toda moralidad. En la ética colectivista, este se convierte necesariamente en la norma suprema”, decía Hayek.

Por esta razón las personas que tienen ideales morales o que desean preservar cierta independencia personal no les parece atractivo ser parte de un sistema que tiende hacia el totalitarismo. “Los únicos gustos satisfechos son el gusto por el poder en sí y el placer de ser obedecidos y de ser parte de una maquinaria inmensamente poderosa y en buen funcionamiento, ante la cual todo lo demás debe ceder”. En este sistema las personas pacíficas y honestas no prosperan y “La buena disposición para hacer cosas malas se convierte en un camino a la promoción y al poder”.

El sistema que se ha venido implantando aquí ha requerido de individuos dispuestos a confiscar propiedad privada sin seguir el debido proceso, a coartar la libertad de expresión para silenciar a las voces independientes, a destruir las instituciones que hubiesen limitado el poder, y a trastornar la vida de varias personas solo por no haberse alineado al “proyecto”.

Este artículo fue publicado originalmente en El Universo (Ecuador) el 13 de julio de 2011.

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