viernes, 29 de julio de 2011

18 de julio de 2011

La lección de las revueltas en Chile

por Axel Kaiser


Axel Kaiser es investigador del Instituto Democracia y Mercado (Chile) y columnista de ElCato.org. Axel obtuvo el primer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.


Chile enfrenta uno de sus peores momentos desde el retorno de la democracia en 1990. Con un creciente malestar social, marchas masivas que desafían el orden público, colegios, universidades y empresas estatales como CODELCO anunciando paros y fuerzas policiales agredidas a diario, el país muestra claros síntomas de ingobernabilidad. A ello se suma un desplome de la popularidad del presidente Piñera a niveles cercanos a un 30%.


Todo esto mientras las cifras oficiales muestran un crecimiento económico bordeando el 6%, un desempleo a la baja y una inflación relativamente controlada. ¿Cómo se explica el descontento general en Chile entonces? Una razón fundamental, que suele omitirse en los análisis de este tipo, tiene que ver con el avance de la ideología progresista en el país.


La mentalidad de una “sociedad de derechos” se instaló paulatinamente en los últimos 20 años en la sociedad chilena, particularmente bajo los gobiernos de los socialistas Michelle Bachelet y Ricardo Lagos. Paralelamente, dentro de la clase política reaparecieron añejas posturas estatistas radicales, poniendo en tela de juicio consensos económicos que se daban por garantizados.


La opinión pública se vio así por décadas expuesta a un penetrante discurso redistributivo que incluyó una campaña de desprestigio sistemática del modelo económico liberal de los Chicago boys. En el contexto de las protestas actuales, la exigencia del fin del lucro en educación, así como las demandas de nacionalización de recursos naturales como el cobre, refleja el triunfo ideológico de aquellos que hace décadas buscan cuestionar el sistema liberal chileno.

En lo que a la derecha respecta, su rol ha sido deficiente en contener el creciente discurso colectivista. En primer lugar, esta jamás realizó una defensa pública y organizada de las virtudes del modelo económico liberal que sacó a Chile de la miseria latinoamericana.


Por el contrario, esta se sumó al discurso redistributivo de izquierda como una forma de aumentar su popularidad frente al electorado. La recepción del discurso estatista entre sus filas llegó a tal punto que el mismo Sebastián Piñera fue elegido con un programa de gobierno de centroizquierda. De este modo, en Chile no se dió la lucha por las ideas que Hayek y Mises identificaran como la clave para definir la evolución social de un país hacia mayor libertad y prosperidad.


En cuanto a los grandes empresarios, muchos incrementaron su riqueza a niveles sin precedentes bajo los gobiernos de la Concertación, acercando mediante lucrativas posiciones en empresas a varios de sus líderes bajo la creencia de que esto contribuiría a asegurar la estabilidad del sistema.


Hoy, con una concentración económica que ha mostrado ser socialmente intolerable y un sistema cerrado producto de la alianza entre Estado y poder económico, surgen cada vez más voces que amenazan su posición. El rol protagónico que el partido comunista chileno ha conseguido en los últimos tiempos, el que se ha convertido en el principal agitador tras las actuales movilizaciones, constituye una clara señal en ese sentido.

La lección que se debe extraer de lo que ocurre hoy en Chile, además de confirmar los corrosivos efectos del corporativismo, es que la legitimidad del sistema de libre empresa a nivel cultural es esencial para que este tenga opciones de sobrevivir. Pues como bien advirtió Douglas North, las ideologías son cuestiones de fe antes que de razón y subsisten pese a las abrumadoras pruebas en contrario. Por ello, la ideología debe ser combatida, como explicó Antonio Gramsci, en ese espacio en que las personas definen sus creencias e ideas, a saber, la cultura.

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