lunes, 16 de agosto de 2010

Chávez y la dupla Uribe-Santos.

DIARIO DE AMÉRICA.

Por Orlando Ochoa Terán

“Las colombianas son 'verracas', y los colombianos, cuando les conviene, suelen usarlas. Los dirigentes colombianos se han dado cuenta de ello. Una sonrisa, un revoloteo del pelo en la cara, una buena figura es un trapo rojo para el aletargado machismo venezolano (…) María Emma Mejía (canciller), acaba de robarse el show ante un (Miguel Ángel) Burelli alejado, oferente de rosas rojas…” J. V. Rangel – Agosto 1996.

En otras ocasiones hemos sostenido que José Vicente Rangel es uno de los venezolanos que con más agudeza ha interpretado a la clase dirigente colombiana. Viejas vivencias le habrían sembrado sentimientos encontrados de odio y admiración, que no impidieron cuando era dueño de sí mismo, que los expresara sin recato y con perspicacia.

No podemos evitar recordarlos de nuevo por la vigencia que adquieren, especialmente cuando se analizan a la luz del lastimoso papel del presidente Chávez frente a la muy superior diplomacia colombiana. “La clase dirigente colombiana es extremadamente hábil” -decía Rangel- “gracias a un histórico dominio del oficio Colombia ha podido sortear situaciones difíciles y tener protagonismo en la región. A diferencia de Venezuela, los vecinos cultivan el arte de la política, aprecian sus matices, y saben actuar con unidad de criterio cuando las circunstancias lo reclaman”.

“Venezuela” -añadía Rangel- “siempre ha estado a la defensiva en materia diplomática y concibiendo planes de defensa y seguridad que la realidad luego se encarga de dejar sin piso”. “El contraste con la dirigencia política venezolana es enorme”. Ese mismo año Rangel aceptó el MRE y en poco tiempo sería testigo y víctima de sus propias admoniciones.

Duplicidad bogotana
Aunque luzca increíble estos juicios de Rangel los originó l! as gestiones en la Casa Amarilla de internacionalistas de la talla de Miguel Ángel Burelli Rivas, canciller entonces, ex candidato presidencial, quien ya se había distinguido como Director de Política Internacional, Director General del MRE y más tarde como embajador en Bogotá, Londres y Washington. ¿Que diría hoy Rangel si pudiera hablar?

Como suele ocurrir, de súbito, el presidente Chávez cayó en cuenta que el costo político del rompimiento de relaciones con Colombia era tan serio o más serio para Venezuela que para el vecino y decidió aprovechar la transición colombiana para desdecirse y desandar lo hecho. El problema es que aparentemente la diplomacia colombiana parece haber encontrado en la dupla de Uribe atacando y Santos condescendiendo, un excelente modus vivendi para lidiar con la diplomacia esquizofrénica bolivariana.

Resulta obvio pues que Uribe no es realmente el “malo” de la película colombiana. Tampoco Santos es realmente el “bueno”. Pero si el pasado es un buen referente, ambas posiciones son parte de la duplicidad bogotana que siempre le ha servido a intereses colombianos.

La pendejera
¿Quien puede tomar en serio que en Las Líneas de Chávez exprese que en este conflicto él está al lado de la "sensatez y la prudencia política” mientras la Colombia de Uribe estaba al lado de la “irracionalidad y la violencia militarista" al tiempo que le ofrece a Santos, ex minsitro de Defensa paz y amor?

En realidad la primera baja de este conflicto es la credibilidad del líder bolivariano. Abstenerse de asistir a la ceremonia de toma de posesión de Santos para horas más tarde estar dispuesto a entrar con humildad al Palacio de Nariño, cuando no habían terminado de recoger los platos y copas de la celebración, no se reconcilia con los rayos y centellas proferidos hace sólo unos días.

Sin embargo, gracias a que los colombianos, como solía decir Rangel, dominan el arte de la política y! conocen sus matices, le abrieron al presidente Chávez una alternativa con cierta dignidad conduciéndolo a Santa Marta. Al sentarlo con Santos, a sólo metros de distancia del lecho donde exhaló su último aliento el objeto venerado de su manida y alambicada retórica, hicieron propicia la ocasión para que el líder bolivariano asistiera enfundado en tricolor y expresara su batiburrillo de amor por Colombia para luego rendirse protegido con el barniz medio honorable que le suplió el protocolo colombiano.

Como solía decir Rangel cuando no se aculillaba: “En el caso de las difíciles relaciones entre Venezuela y Colombia la historia le ha jugado malas pasadas a los venezolanos, bien por viveza de los vecinos o pendejera nuestra”.

No hay duda Jotavé, estamos frente a uno de los más insignes modelos de pendejera venezolana y viveza colombiana. No será la última de lo que queda de esta era bolivariana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario